viernes, 14 de octubre de 2011



Artigas,
una lucha que se libró  en los libros




En nuestra edición anterior mencionábamos la charla dictada por la Prof. Ana María Ribeiro titulada “De ayer a hoy, miradas historiográficas sobre el año 11. Una interesantísima disertación, cuya parte medular transcribimos, por considerarla un  valioso aporte en el año del Bicentenario a todos los debates y ponencias que han surgido en torno al Gral. José  Gervasio Artigas y los hechos fundacionales de nuestra historia.


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“Si uno hace un repaso de lo que ha pasado con nuestra memoria desde aquel lejano 1811,  no le alcanza con que digamos con mucho orgullo 200 años ¡que maravilla! ¡Que gesta!, y empleemos esa lista de palabras: Héroe, gesta, Patria, patriada.
Parecería que fueron 200 años siempre maravillosos y que desde entonces hasta hoy Artigas pasea, primero en carne y hueso, y luego desde la inmortalidad, con su poncho incandescente siempre perfecto y siempre diciendo “Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa por vuestra presencia soberana”. Y no es cierto. Este país se construyó muy lentamente, y cuando lo hizo construyó también un relato de su pasado. Y la historiografía es exactamente eso, saber que no hay una copia exacta del pasado. Saber que uno va al pasado desde el presente, y que el  pasado es siempre, como lo dijo bellamente algún historiador francés, un país extraño. Cuando uno va a un país extraño desconoce el lenguaje, las costumbres, y tiene que hacer aprendizaje de todo; lleva un tiempo entender los códigos de un lugar que un o no conoce. Entender los códigos del pasado le lleva un tiempo a cada generación, y cada uno interpreta a su manera, descubre cosas que el anterior no supo ver, y cada generación ve lo que puede, y muchas cosas lo que desea ver. Entonces cómo construirnos nosotros ese relato sobre nuestro pasado a lo largo de estos 200 años”.

Los predestinados

“El periodo de actuación de Artigas fue de 9 años, nada más.  Un poquito menos que el periodo de dominación portuguesa, del cual hay no más de 5 o 6 libros importantes. Sin embargo tenemos cientos y cientos de libros sobre Artigas. Miles de páginas publicadas en el Archivo Artigas. Tenemos una suerte de vergüenza de visitar algunos períodos, y queremos creer que aquellos años revolucionarios  fueron de unanimidades, y que si hubo una derrota fue por culpa de los enemigos externos y no por nosotros mismos. Nos gusta creernos que tuvimos desde el principio una suerte de predestinación para nacer, un poco aquello que dijo con muchísima exageración Francisco Bauzá: el Uruguay estaba predestinado a nacer poco menos desde que existía  la nación charrúa. Haciendo un juego de lenguaje engañoso. Nación quería decir etnia, y él lo utilizaba como Estado nación.
Solemos pensar que ese nacimiento no solamente estaba predestinado sino que todas las bondades estuvieron del lado del proceso revolucionario y que ese proceso si no tuvo más éxito es por la traición de los que se apartaron de la revolución, por la ambición del poderoso vecino portugués, y sobre todo  ensombrecemos  la participación porteña en la  cual recargamos todas las tintas del desprecio. Donde porteño se convierte casi en sinónimo de aquellos nos traicionaron una y mil veces. Porque firmaron el Armisticio, e indirectamente provocaron el doloroso exilio que significo el éxodo.
Decimos siempre que nos rechazaron los diputados orientales, y por supuesto recordamos como hicieron aquella trampa silenciosa, nunca firmada pero sobre entendida y secreta con los portugueses cuando le hacen a Artigas esa pinza, ese doble frente que lo derrota en el año 1820. Nos cuesta mucho contar que el proceso revolucionario nace subsidiariamente del proceso argentino. No cuesta tanto, que este proceso del Bicentenario empezó en el año 11, y muchos historiadores pensamos que en puridad tendría que haber empezado en el 10, junto con Argentina. Porque el levantamiento inicial de Buenos Aires, sin el Ejército popular formado en Buenos Aires a partir de las invasiones inglesas en 1806-1807, le dieron a los criollos por primera vez la posibilidad de armarse, de plantarse  y de convertirse en un oficial de la  corona. De tener rango, tener autoridad, tener sueldo, valía diferente dentro de la sociedad. Sin esas milicias populares, que fueron un paso gigantesco para los criollos, no se hubiera sostenido nunca el doloroso y muy violento proceso revolucionario en todo el Río de la Plata”. (…)


Autodenominarse

Recordamos “cuando rechazaron a los diputados orientales” (…)  “Siempre decimos que fue porque era amenazante el contenido federal que llevaban esas inscripciones (…), y que entonces buscaron el pretexto que era inadecuado. Es cierto todo esto. Es cierto que eran incendiarias las instrucciones que llevaban. Decían entre otras cosas que la capital queda en cualquier parte menos en Buenos Aires. Se lo decían a Buenos Aires en las narices. Que el sistema sea exclusivamente republicano, y Buenos Aires como toda América, estaba  rompiendo con la monarquía y buscando formas sustitutas. Hoy nos resulta tan fácil decir Republica. Vivimos en una hace tantos años, pero en aquella época lo más normal era el Rey y la monarquía. Lo más normal era la unidad, la fragmentación era el desorden,  la anarquía. ¿Quién tenía la garantía que era un sistema mejor? Como si ahora vinieran y nos dijera que hay otro sistema distinto a la  República o la democracia, y nosotros tuviéramos que  hacer un voto de fe en un sistema con autoridades completamente diferentes, sin las garantías que teníamos de la monarquía que era una. Malo conocido, y miren que no es nada banal, que el  bueno por conocer que siempre es riesgoso. Así que  Buenos Aires buscaba otra forma. Esas Repúblicas tan extrañas con un Senado perpetuo, que se parecían mucho a monarquía. Buscaba un jefe Inca para coronar, y siempre lo contamos con desprecio. ¿Saben qué? La moderna historiografía estudia eso bajo el nombre de Incaísmo. Cuando se quiere romper con la corona se busca un origen que legitime, y que sea diferente al español que se empieza a repudiar, pero del que no se sabe todavía cómo desprenderse del todo. Entonces dan vuelta el rostro y miran hacia el pasado, y encuentran a aquellos habitantes primitivos. (…) Toman una figura de adorno, decimos nosotros, de símbolo lo llama la historiografía, que no es lo mismo. Rescatemos y reivindiquemos aquella población original  a la cual la Colonia ha borrado, y pongámoslos como un símbolo que de aquí en más somos un continente que se autodetermina.  Visto así, ¿vieron como cambia?”

Revisar

“La labor historiográfica es la revisión que hacemos cada generación. Hoy entre otras cosas revisa cómo narramos nuestra historia. Durante mucho tiempo el relato de una nación estaba atravesado de la predestinación. Todo es construido en torno a la idea que éramos la nación correcta, que desde el fondo de los tiempos estaba destinada a nacer, rodeada de de países a los que llamábamos hermanos, pero que siempre les pasábamos cuenta de aquel río que te llevaste, aquella montaña que me quistaste, el chaco que me robaste, aquello otro.
El proceso de fragmentación que ha acompaño a la ruptura con la corona es de forja de los Estados nacionales, y de desprendimiento que implica siempre estar en guardia contra el otro.
Cuando hacemos el relato que narra ese surgimiento, precisábamos varias cosas, entre otras héroes, heroínas, sagas. Y las formas en que narramos nuestra historia siempre remarca esas condiciones. Por supuesto que Artigas, que durante muchísimo tiempo fue no solamente un guerrero derrotado sino una mala palabra, un mal nombre del que nadie se quería acordar, que lo fue cuando el país nace, (…) el se negaba sistemáticamente  (a regresar) en el más absoluto de los mutismo y desprecio de no contestar por escrito ni una sola carta. Que lo fue hasta el momento en que murió, porque la noticia de su muerte tardó en llegar; llegó indirectamente con un diario de Río de Janeiro, y motivó algunos cometarios con pena, pero era la pena frente a la muerte. La muerte como aquello que concilia aparentemente vivos con los que  ya se fueron.  Esos eran los comentarios que se hacían en torno a Artigas. La reivindicación comienza mucho después y muy lentamente. Comienza como una lucha de poder historiográfico, sobre todas las cosas, una lucha que se libró en los libros, porque había que revisar todo lo que habían escrito sobre ese héroe que resultó ser el que reivindicamos como padre. Había que hacer el relato en contrasentido, a contrapelo de todo lo que se había escrito desde Argentina en la llamada  leyenda negra anti artiguista.
(…)Sustituir el predominio español por el porteño era el intento de lo que luego conocimos como unitarismo. Ese unitarismo había escrito en contra de lo federal. El furioso y brutal padre de Rosas (Juan Manuel). Porque el federalismo encarnado en Rosas tenía como mal padre al feroz Artigas. Al bandido, al contrabandista, al  caporal de ladrones como le decían,  a ese jefe de malhechores, al jefe de los gauchos, no de mis paisanos como decía él. Ese que amenazaba todo el tiempo con  sentar en el trono un indio charrúa para escándalo de todos los demás, y por supuesto de las élites porteñas que aspiraban al  refinamiento y el poder económico.
Esa leyenda negra que nos obligó a revisar tantas cosas, nace de la imbricación entre lo uruguayo y lo argentino. Ellos nos contaban nuestro pasado porque habíamos nacido juntos y no nos habíamos desprendido del todo. Desprenderse implicó, en primer lugar, revisar la Leyenda Negra; y eso fue algo que costó mucho tiempo. Una de las primeras semblanzas positivas a favor de Artigas fue la que hizo Larrañaga (Dámaso Alonso) en el año 15. Pero eso fue una semblanza apenas (…)

Un guerrero sin dientes

Una de las primeras semblanzas más simpatizantes la hizo Isidoro de María “que por ser familiar” además escuchó los relatos de viaje de José María Artigas “que lo visita en Paraguay luego de estar casi 30 años sin ver a su padre. Un José María incapaz de hacer un relato que todos le hubiéramos agradecido. Sobre todo como fue el encuentro con un padre anciano, viviendo lejos de su país, con el hijo que había dejado de ver cuando era niño, y que reencuentra más de dos décadas y media después convertido en un soldado de Fructuoso Rivera, que llega a Paraguay  en una expedición a cuya cabeza va Garibaldi (Giuseppe) abriendo los ríos y combatiendo el federalismo y el encierro político de Rosas. Si José María hubiera sido un buen cronista,  los libros de historia estarían más inflados y más ricos en esa parte. José María solo contó algo en el seno familiar, y quien hace la crónica  es Isidoro de María.
Las primeras reivindicaciones no escritas pero de signo importante, coincidieron aunque a veces cuesta admitirlo, con el entronizamiento de un estado por encima de la campaña (…) que manda  reivindicar la figura de Artigas al punto de hacer un monumento que demoro años en levantarse. Pero que además construir un rostro para ese héroe, porque no lo tenía. Porque remontar la Leyenda Negra implicó también pelear con el vacío, no solo con la historiográfica argentina. Con el vacío de información y el vacío grafico.
(…)  Este país ha  nacido junto con los partidos políticos, precisamos una narrativa de los orígenes que nos hable de heroísmos colectivos, pero que nos hable de un fuerte “pater” a quien remitirnos. Precisamos que sea exactamente equidistante de las dos comunidades que hemos querido borrar una y otra vez diciendo ni vencidos ni vencedores, proclamando la política de fusión con lo cual no tuvimos éxito. Resignadamente dijimos allí están, luego descubrimos que eran altamente  funcionales al estado y hoy nos jactamos con orgullo de tener los partidos políticos más antiguos del mundo.  En ese momento decir tenemos que elegir alguien que esté antes, por encima de ellos; y lo primero que  hubo que hacer entre otras cosas fue descubrir su condición de estadista. Porque no se podía reverenciar a un simple soldado. En vida de Artigas, y las posteriores 3 décadas lo único se recordaba en los libros de historia era su condición de guerrero. Las Instrucciones del año 13 son descubiertas y comentadas por un historiador argentino, recién en la década del (18) 80, cuando Santos (Máximo) manda hacer el monumento y las carbonillas a Blanes (Juan Manuel).
Cuando aparece el comentario de las Instrucciones del año 13, dice que sin dudas no puede haber salido del puño de ese bruto, se las escribió otro y se las adjudicaron a Barreiro (Manuel).
Entonces el estadista que hoy estamos acostumbrados a enseñar a los niños en nuestra Escuela no existió hasta fin de Siglo XIX.  Ni les digo que tuvimos que construir la democracia para ir a buscar un Artigas demócrata, y revisar la significación política que había tenido la democracia directa de  la Asamblea del Paso de la Arena, a la  orilla de un río con toda la gente moviéndose muerta de terror, acorralada por un lado por el Ejército portugués y por el otro por el celador de la campaña que mandaba las fuerzas hispanas”.
Artigas le decía a la gente “quédense en sus casas, yo no puedo acarrear  pueblo y gente vieja; y la gente que lo seguía igual. Esa democracia directa nos hace revisar” todo.
La Asamblea del Paso de la Arena se conoce “en la década de 1970, como una de las tres asambleas orientables. La descubre Agustín Verazza. Durante mucho tiempo pensamos que simplemente eran dos, la de la Quinta de la paraguaya, y la de la Panadería de Vidal. La asamblea más directa, probablemente la que decidió la cosa más impactante (el Éxodo) recién se descubre en el año 1970 y pico.
Entonces es muy lentamente que vamos construyendo al estadista, al demócrata, al republicano. Primero fue el guerrero.
Cuando le hacen el retrato, todavía era el guerrero y para colmo de males un guerrero sin dientes, sin pelo y viejo. Porque ese el retrato que teníamos era el de Demersay.  Además ese retrato se lo adjudicaron a otras personas.
Bravo (Francisco) uno de los compañeros de viaje de su hijo, José María, dijo que era él, y dio otros  detalles para mi maravillosos del día y del momento en el cual lo retrató. Dijo se me terminó la luz y le pedí que saliera para el patio, y al él le hacía tanta gracia que yo quisiera dibujarlo que levantó la silla y salió. Le reconfortaba saber que alguien todavía lo quisiera retratar, como quien quiere sacarle una foto a una gloria, porque por entonces todos los cronistas que pasaban decían de Artigas es una gloria viviente en ruinas. (…)
El retrato, si es cierto lo que dice Bravo, muestra a un anciano que está desgranando maíz, y reparte  los granos entre las gallinas que dan vuelta alrededor de la silla bajo la enramada de su patio.
El retrato muestra un anciano con la boca hundida, sin dientes, sin pelo. Conserva unas grandes patillas. En el calor de la ciudad de Asunción tiene la misma ropa que tenían en todos campesinos. Un liguero poncho sobre la piel desnuda. Sin camisa, sin camiseta, sin camisa con yabot como usaban los grandes personajes de la época. Un bastón que no se ve en el retrato de Demersay (Alfredo).
Una revista uruguaya, aun en plena discusión si era de Bonpland o Demersay” difunde el retrato “por medio de una litografía, y un cronista uruguayo escribe una suerte de comentario. Dice vamos a hacer algunos retoques a este retrato para quitarle los crueles  rasgos ornitológicos. Parecía un pájaro viejo de perfil. Lo que hacen es retocarle el tabique de la nariz, rellenarle el hueco de la boca, porque un héroe de la patria, con ese perfil era como una cosa indecorosa”.

Muchos rostros

“El siguiente retrato ya lo muestra más de frente. Es un anciano, con un pantalón típicamente campesino, los pies ligeramente cruzados a la altura del tobillo, mirando al frente. No tiene mirada de guerrero. Es un anciano, dulce tranquilo, resignado.

El Artigas de la plaza 
de Mercedes.

Según avaló Cáceres, el último  de sus soldados que lo vio en Paraguay, que siempre repetía yo que vi a Artigas antes que bajara a la tumba. En realidad lo vio tres años antes, así que se tomo su tiempo para bajar. Cáceres decía es exactamente idéntico. Cáceres tenía lo suyo, también certifico que José María era el unigénito y cuando años más tarde apareció Escolástica, también lo certificó (…)
Con esa cualidad de Cáceres de certificar cosas extrañas a veces contradictoras se aceptó, esto tiene un parecido muy real.
A partir de allí comenzaron una serie de retratos, que sistemáticamente le fueron dando al héroe un rejuvenecimiento que hoy diríamos contrató cirujano plástico, porque le fueron  agregando pelo, y lozanía (…)
En la medida que en los documentos empieza a aparecer el estadista, el demócrata, el republicano, el soldado iba menguando, el viejito se iba remozando, y finalmente termina en la década del 80 con aquel pedido extraño y terminante que Santos le hace a Blanes. Le dice precisamos el rostro de un héroe, no un anciano.  Un héroe ecuestre. Porque las maestras saben lo difícil que es trasmitir un anti héroe a los niños. Ni siquiera en estos días que estamos acostumbrados a Los Simpson. Hay edades mentales, en los que uno puede decir vamos a complejizar, vamos a ver los aspectos negativos de esa persona sin que mengüen los positivos, ¿pero a los 7, 8 o 9 años? Las edades de la nación funcionan casi igual, y era la época del heroísmo, de nacimiento de la nación, de la necesidad de un héroe absoluto. Sin nada que ensombreciera su poderío y sobre todo sus virtudes ciudadanas, porque un mito fundador es siempre una suerte de espejo donde el país se mira una y otra vez, y es un modelo referencial.  Sirve como medida de la realidad, y no  puede tener condiciones negativas. Tiene que ser inmaculado. Entonces se lo fue transformado física y conceptualmente en lo que Blanes finalmente sintetizó. El  retrato de Blanes coincidió durante mucho tiempo, como muchos otros, tantos Artigas como quisiéramos retratarlo. Algunos muy llamativos. Algunos regordetes, que contemplaban en río de manera casi sensual, distraída, como si un héroe pudiera ser retratado en un  momento de contemplación o distensión luego de un asado o de un baile. En  una cosa medio impensada.


El Artigas de la plaza de Tacuarembó,
secundado por Lavalleja y Rivera.
 
Nadie se atrevió a dibujarlo o pintarlo fumando, y  fumó hasta el último día de su vida. (…) Hasta que en determinado momento eran tantos  los retratos que había, que en 1950, cuando se cumple el centenario de su fallecimiento y hay fastos tremendos, se saca la urna, se lo vuelve a velar, junto a quien se cree son los restos de Ansina, y terminaron siendo los de otro moreno, Ledesma (…) Se los vela, vienen las delegaciones de las aviaciones de toda América y sobrevuelan 18 de julio el día que se hace el desfile. Piensen además que era un país pletórico, que había ganado en Maracaná, no un cuarto puesto, perdón, el primer puesto. Entonces en ese país pletórico hay un decreto que dice vamos a darle un rostro, porque no podemos tener esta cantidad, y ese rostro es el de Blanes. Un Blanes que convengamos tiene virtudes y defectos. Que tenía la historiografía que narraba la gesta de héroe. La virtud mayor de Blanes es que no hizo ese señor entorchado que está en la biblioteca de Las Piedras con una cantidad de escarapelas y medallas. Hizo un Blandengue, con pocas distinciones sin lujos. Lo para en la Ciudadela, es cierto, pero en la puerta, no entra. Lo hace bastante austero, por supuesto en posición de poder, y no sabe resolverle  la mirada.  Blanes estaba en el peor momento de su vida, entre la Carlota y el hijo desaparecido. El amor absolutamente incestuoso y prohibido por la mujer que amaba su hijo; todo un drama familiar,  y Blanes estaba mal y no podía resolver ese pedido. Minucioso como era, hasta niveles verdaderamente llamativos, no supo resolver los ojos. Algunos decían que eran ojos claros, pero unos decían celestes otros verdosos, así que le entorna la mirada, la vacía de contenido emotivo, le cruza los brazos en un gesto adusto y de persona  preocupada por la trascendencia de su actividad política, y planta frente a la ciudadela un héroe de estatura mediana tal como decían las descripciones de la época. Era el padre fundador, que precisaba todavía una puntada más para que el traje estuviera definitivamente bordado y probado en su cuerpo, como lo era el monumento ecuestre que en la misma época Santos mandó construir con el basamento con piedras de todos los departamentos. Pero que se construyó finalmente en 1923.
Allí hay otra discusión que es en torno a la imagen, conceptual, importante, porque se presenta un boceto precioso de Ferrari y no es admitido. Mucha gente sigue pensando que era el mejor de los posibles. Un caballo criollo, él con un ponchito, una chaqueta y un sombrero de paisano, con una cosa cabizbaja como  el mismo Díaz (lo describió) que dijo que lo vio comer carne del asador. Dijo tiene arrugas muy marcadas en la comisura de los labios, camina inclinadito para adelante y se ve que es blanco castaño claro, casi rubio, pero sin duda la vida a la intemperie y el sol le ha castigado muchísimo la piel. Ese Díaz que dio todos los detalles dijo camina echado hacia delante y monta a caballo echado hacia delante; hasta eso recogía Ferrari pero sin embargo triunfó ese Gattamelata gigantesco con un  caballo imponente (…) Porque claro, éramos una nación nueva, pujante, moderna. Plena en un sentido de futuro optimista, y precisábamos un héroe a la medida de todo eso.
Comprender la complejidad y la derrota no era algo que pudiera narrarse muy bien, y mientras eso se estaba haciendo en el bronce los libros de historia esbozaban explicar un relato de la nación,  diciendo cosas como las que dijo Pablo Blanco Acevedo. Su partido era el del ni, ni españoles, ni brasileños, ni portugueses, ni porteños. La independencia devino de esa negativa de él a todos los que no fueran directamente su provincia, pese a que su proyecto era la federación.

La postal mas conocida de Montevideo
con su  Artigas ecuestre.

(…) Su sueño era mayor y la mutilación de su sueño devino en este país. Pero ¿por qué fue? Porque lo traicionaron, la culpa no era de él, no hubo error político, no hubo debilidad militar ante enemigos mayores. Cualquiera de las cosas que hoy podemos decir sin menguarle valor, sin quitarlo como héroe referencial (…) sin embargo en aquel momento no podía, tenía que buscarse una explicación que viniera de  afuera porque el relato de la nación todavía era muy fuerte”.

Todos los Artigas

“La historia es también revisión permanente. Nunca es un relato objetivo. Pretende. Busca serlo. Llega a ser cuando está bien escrita con conocimiento atendible y serio que busca la objetividad a sabiendas de que nunca la va a alcanzar. Saber eso y saber que todo es construcción, y que por lo tanto nosotros estamos dentro de lo que queremos y lo que hemos construido desde el lenguaje, sin ninguna inocencia, cuando decimos héroe decimos algo. Cuando decimos antihéroe decimos otra cosa. Cuando decimos el día que Artigas se emborrachó, y confundió a Ansina con una china, y le ponemos música, decimos una cosa. Y el día que decimos prohíbase, decimos otra cosas. Y estamos nosotros ahí adentro. Los poderes y antipoderes, el cansancio del héroe de bronce que ya no le decía nada a la gente, la irreverencia de la juventud que quería decir basta, cuéntenme de un señor que yo pueda creer y que no esté todo el tiempo diciendo mi autoridad emana de vosotros. ¡Alguien que estornude por favor! Todas esas cosas, todos los Artigas que construyamos nos  contienen a nosotros mismos”.





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