viernes, 12 de abril de 2013


EL INJUSTAMENTE TRATADO HOMBRE DE NEANDERTAL






A finales del siglo XVII, Joaquín Neuman, párroco de San Martín, en Düsseldorf, siguiendo la corriente de la época, convirtió su vulgar apellido "Neumann", traduciéndolo al griego, "Neander", que sonaba mejor y le gustaba más. Al morir el sacerdote, su ciudad, para honrarlo llamó "Neandertal" (valle de Neander) a un vallecito muy romántico situado cerca de Düsseldorf (Alemania).

Este valle, sin embargo, no se hizo popular hasta 1856, cuando un profesor de Elberfeld oyó hablar de que en las canteras se había encontrado un hueso extraño.
Poco a poco todas las cuevas calizas de Neandertal fueron convertidas en canteras. Se supone que con ello huesos muy valiosos irían al horno. No quedaban ya más que dos grutas, las llamadas "Grutas de Feldhof". Se hallaban en la pared de la roca, a veinte metros de altura sobre el fondo del valle.
De vez en cuando, los trabajadores de las canteras echaban una mirada curiosa a las grutas, pero las entradas eran tan pequeñas, que sólo servían para mirar por ellas; entrar era imposible.
 Cierto día de verano de 1856, los obreros volaron parte de la pared rocosa y las entradas de la cueva se ensancharon. Después, según la costumbre, empezaron a quitar la capa de arena del interior para picar la piedra. Los picos entraron en acción y los primeros terrones rodaron por la pendiente; pero la tierra era dura y tenía un espesor de casi dos metros.
Así andaban las cosas cuando, de repente, un obrero señaló un par de huesos y dijo:
--Debe ser de algún hombre enterrado aquí hace mucho tiempo.
Sus colegas, no demasiado piadosos, de una palada sacaron los huesos, que rodaron por la pendiente. Pero, al llegar abajo, fueron casualmente a parar a los pies del propietario de la cantera, que estaba dando su vuelta cotidiana. Miró hacia arriba y oyó que le gritaba el obrero:
---¡Son los huesos de un difunto!
El jefe, luego de coger uno de los pesados fragmentos óseos, lo examinó unos segundos y replicó:
--Deben de ser de un oso. Recogedlos; quizás le sirvan para algo a los maestros de la escuela.
¡Y tanto que sirvieron!  Juan Carlos Fuhlrott, profesor de
Historia Natural del Instituto de Elberfeld, se alegró infinito al saber que podía ir a Neandertal a recoger unos huesos de oso de las cavernas. Pero su alegría se trocó en asombro cuando se encontró ante una de las grutas de Feldhof.
--Esto no son restos de un oso de las cavernas --dijo Fuhlrott--; es sin duda la osamenta de un ser parecido al hombre pero de constitución extraordinariamente basta y casi animal.

El profesor vio una bóveda craneana baja y alargada, con unas protuberancias óseas muy marcadas encima de las órbitas de los ojos, como las que tenia el gigantesco mono gorila que había descubierto hacía pocos años el misionero inglés Savage. Los fémures eran tan gruesos y pesados que se comprendía perfectamente que el dueño de la cantera los hubiese confundido con los de un oso. Estaban
encorvados de una manera extraña y enseguida despertaron en Fuhlrott la sospecha de que esta criatura debió de andar encorvada, arrastrando los pies y adelantando la parte superior del cuerpo.
Se creía entonces, basándose en las primeras descripciones, que éste era el modo de andar del gorila. Y el modesto profesor de Elberfeld, en vez de empezar por interrogar a las autoridades en la materia, se apresuró a hacer el diagnóstico.
--Esto --afirmó-- tiene que ser un antropoide, intermedio entre el gorila y el Homo sapiens...
Acababa de hallarse el primer habitante de la tierra que merecía el nombre de Hombre>>. Era el "Hombre del Neandertal".
Fuhlrott siguió buscando afanosamente entre los escombros de la cantera. Así logró reunir más fragmentos de los antebrazos, el cúbito izquierdo y el radio derecho, además de trozos de omóplato y algunas costillas. Todo lo demás, incluso las mandíbulas y los dientes, había desaparecido. No obstante, estos huesos de distintas partes del cuerpo proporcionaban ya una idea bastante clara del aspecto de la criatura prehistórica.
A pesar de todo, Fuhlrott empezó a ordenar sus hallazgos con una precaución y cuidado extremados. Él sabía muy bien que al hacer público se descubrimiento provocaría una indignación general. Entonces recurrió a algunos antropólogos para que examinasen aquellos huesos. Los científicos se quedaron tan estupefactos como él, le felicitaron y le dijeron que compartían su opinión.
El más eminente de ellos, el profesor Germán Schaafhausen, mandó trasladar los huesos del Neandertal al Museo Provincial de Bonn y se encargó de que en el próximo congreso de naturalistas que se reunirían en Kassel el año 1857 se discutiera el hallazgo.


Acto seguido comenzó una campaña cuyos vaivienes apasionaron a la opinión pública durante treinta años. Sólo los tratados sobre el "hombre" del Neandertal, el Homo primigenius --el Hombre-- como le llamó luego la ciencia, llenarían una pequeña biblioteca.
Schaafhausen se empeñó en la defensa de los huesos fósiles del Neandertal porque hacía mucho tiempo que estaba encariñado con la idea de la evolución. Y el hallazgo de Fuhlrott fue para él una prueba clara del origen animal del hombre.
El día del congreso se reunieron en Kassel las más grandes eminencias de la ciencia natural. Entre ellos se encontraba Rodolfo Virchow, el valeroso promotor de la libertad de la ciencia; tenía entonces treinta y seis años y era ya un hombre muy admirado por todos los científicos del mundo.
Se hallaba también Rodolfo Wagner, alumno de Curvier, que ocupaba la cátedra de Blumenbach en Gotinga y siempre en franca pugna con Vogt, el materialista que negaba la existencia del alma. Igualmente había famosas figuras como Mayer, colega de Schaafhausen en Bonn, como el francés Pruner-Bey y el inglés Blake...
Abierta la sesión, Schaafhausen invitó a Fuhlrott a que tomara la palabra. Aquél fue el día más importante y, al mismo tiempo, el más triste de la vida del pobre profesor de Elberfeld. Los señores allí reunidos, en Kassel, le escucharon, primero, interesados; luego, aburridos; y finalmente, impacientes.
Fuhlrott habló excitado del hombre de Neandertal y aludió a la constitución de los huesos, tan diferente de la corriente, a la forma del cráneo, a lo arqueado de los fémures...
No logró convencer a nadie. Aquellos caballeros bandearon la cabeza y expusieron diversas opiniones. Unos dijeron que semejantes huesos no eran de la época glacial; otros, que pertenecían a un cosaco. Wagner los consideraba de un "holandés antiguo"; Bey, la gran autoridad de Francia, más bien se inclinaba a ver en él a un miembro del pueblo celta. Otros opinaban que debía de haber sido un ermitaño. El inglés Blake opinó, y los demás científicos asintieron:
--No, la bóveda craneana está deformada: debió de pertenecer a un enfermo. Este hombre estaba hidrocéfalo, era idiota, y seguramente vivía como un animal en los bosques...

Únicamente Schaafhausen defendió a Fuhlrott y declaró firmemente que ningún hombre de la época histórica, ni que fuera holandés, celta o cosaco o estuviese loco, podía haber tenido unos huesos así. Luego miró a Virchow. El maestro indiscutible no había opinado todavía.
El mejor conocedor del hombre primitivo, con mordacidad exageradamente crítica que divirtió a los reunidos en Kassel, dijo que "el esqueleto del valle de Neander no había pertenecido a un individuo normal, sino a un infeliz ser humano cuya constitución estaba transformada por una enfermedad".
Tanto Fuhlrott como Schaafhausen fruncieron el entrecejo al oír aquello. Y no pudieron disimular su contrariedad al escuchar el final del discurso de Virchow, que acabó así:
--Un esqueleto de tal clase no puede, naturalmente, servir de prueba para confirmar ninguna suposición lógica.
Los científicos De Kassel le dijeron que no a Schaafhausen, y mandaron a Fuhlrott a casa. El asunto parecía concluido.
El omnipotente Virchow creía que el hombre de Neandertal era un idiota raquítico y artrítico. Pero se equivocaba, pues se trataba de un hombre primitivo auténtico. De corta estatura y brazos muy largos, caminaba con el cuerpo algo inclinado hacia delante.
Los dos amigos, el catedrático de Bonn y el profesor de Elberfeld, no se amilanaron por lo ocurrido en Kassel y siguieron en sus trece. De momento empezaron a publicar varios escritos que provocaron violentas polémicas. Se formaron dos bandos. Por fin, la teoría de Darwin vino a caer como un rayo sobre las discusiones y el hombre del Neandertal se convirtió en un espectáculo grotesco.
La autoridad de Virchow se impuso en Alemania hasta fines del siglo XIX. Contribuyó a ello que un cráneo encontrado en las cercanías de Cannstatt, y en el que los partidarios del hombre del Neandertal creían ver un compañero de éste, se descubrió que era relativamente moderno.
Igualmente esta vez la situación cambió por obra del geólogo Carlos Lyell. Cuando el hallazgo del hombre del Neandertal llegó a sus oídos, se fue a Alemania, visitó a Fuhlrott y junto con él estuvo en el sitio donde fue encontrado el esqueleto. Para el pobre profesor del instituto, que por todas partes era rebatido y criticado, esto por lo menos resultó un consuelo.


Aún vivía cuando King, el ayudante de Lyell, estableció la denominación "Hombre del Neandertal" (posiblemente Fuhlrott y Schaafhausen no se hubieran atrevido a inmortalizar de esta manera el valle del párroco Neumann) y escuchó de labios de Lyell, para su satisfacción, que su primera impresión había sido acertada; y que, en efecto, se trataba de una nueva especie de hombres, completamente distinta del Homo sapiens.
Por desgracia, sin embargo, Fuhlrott no llegó a ver y celebrar la victoria de esta opinión en su patria.
Entretanto, el investigador inglés Busk, cuando vio que se discutía tanto acerca del hombre del Neandertal, se acordó de que él tenía un cráneo completamente fosilizado que había sido hallado en 1846, durante la construcción de las fortificaciones de Gibraltar. Pero como entonces no supieron qué hacer con él, lo dejaron en el desván de los casos dudosos. Y ahora, de repente, el cráneo de Gibraltar resultaba interesante. La suposición de que también en este caso se trataba de un hombre del tipo del neandertalés fue, poco a poco, abriéndose camino.
No pasaron dos años cuando el geólogo belga Dupont encontró en la cueva de La Naulette, cerca de Dinant , junto con unos huesos de mamut, rinoceronte y reno, un pedazo de mandíbula inferior de un aspecto muy curioso. Luego de examinarla, el antropólogo E. T. Hamy se atrevió a decir:
--Esa mandíbula pertenece a la misma especie que el esqueleto del valle de Neander y el cráneo de Gibraltar.
Si esto era cierto, entonces los neandertales habían tenido las mandíbulas salientes, al modo de los monos, pero con dientes humanos. Pero aquello no estaba probado del todo cuando, repentinamente, se hicieron dos descubrimientos que vinieron a poner la última piedra al edificio del Neandertal.
Efectivamente, en 1882, en la cueva de Schipka, cerca del pueblo de Stramberg, en Moravia, el checo Maschka encontró una mandíbula inferior de grandes proporciones, que después de cuidadoso reconocimiento se comprobó que, pese a su enorme tamaño, había pertenecido a un niño que estaba mudando los dientes.

Lo extraño es que a pesar de que no existe ninguna enfermedad, ninguna deformación óseo capaz de convertir la mandíbula de un niño en algo tan enorme, el célebre Virchow insistió en que también este hueso (como antes el de La Naulette y más antes los del Neandertal) era patológico. Ahora, no obstante, la mayoría de los antropólogos se rieron del maestro.
En 1886, muy oportunamente, vino la confirmación del llamado "Hombre del Neandertal". Fue en la cueva de Spy d´Orneau, en las proximidades de la ciudad de Namur, donde los geólogos belgas Marcel de Puyol y Lohest descubrieron un impresionante cuadro sinóptico del tiempo de los neandertales.
Al examinar la gruta vieron que había cinco estratos geológicos, uno encima del otro. En los cuatro inferiores se encontraron huesos de mamut y rinoceronte de pelo largo, así como instrumentos de piedra, cuchillos y puntas de lanza, todo muy rudimentario. Con seguridad eran de la época glacial. Y en la cuarta capa, empezando por arriba, o sea, la segunda por antigüedad, había dos esqueletos, acurrucados, como si estuvieran durmiendo. Eran indudablemente neandertales.
Los cráneos, aunque un poco abombados, tenían las mismas protuberancias en las cejas. Una mandíbula inferior que se había conservado, coincidía, por lo grande y basta, con las de La  Naulette y Schipka. Los huesos eran gruesos y curvados.
Ahora sí que ya no podía tratarse de una deformación patológica. Ningún salvaje, ni siquiera un bosquimano australiano, ningún hombre de la época neolítica ni del tipo Cró-Magnon tuvieron una constitución tan primitiva y diferente.
Los más famosos investigadores llegaron a Spy. De esta forma el hallazgo fue el primero de su género que se registró con toda corrección científica. Los geólogos examinaron el estrato: pertenecía al último período interglacial y tenía doble antigüedad que la del estrato en que se hubo encontrado el hombre de Cró-Magnon. Los prehistoriadores reconocieron las herramientas de piedra: correspondían a un nivel de civilización mucho más bajo que los instrumentos descubiertos por Lartet.
Entonces ya no pudieron seguir callados los antropólogos alemanes. El anatomista de Estrasburgo Gustavo Schwalbe comparó los restos de los esqueletos de Spy con los del neandertalés y encontró que coincidían en tantas cosas que incluso los más escépticos y críticos tuvieron que reconocer se error.
Solamente el ya anciano Virchow volvió a protestar. Pero, esta vez, sus palabras cayeron en el vacío. Los antropólogos ya no vacilaron en dar la razón a Schaafhausen y al bueno de Fuhlrott.

Hoy día sabemos, por los restos conservados, que los neandertales ocuparon todo el continente europeo, Asia Central y Oriente Medio, entre los 230.000  y los 28.000 años,llegando su apogeo a estar marcado por las últimas etapas glaciales.
Aún siendo humanos, su morfología era diferente a la nuestra. Alcanzaban una estatura de entre los 1,70 metros los hombres y 1,60 las mujeres, con una musculatura robusta y contextura pesada. Su cerebro era grande, mayor que el nuestro y con una capacidad de 1550 cm3. Su genoma mitocondrial, coincide en 99,5% con el Homo sapiens sin que, al parecer, hubiera una significativa  mezcla de genes. El Homo sapiens no fue un descendiente del "hombre del Neandertal".
Vivía en grupos sociales de unas 25 individuos, formando clanes familiares donde cuidaban a sus ancianos y enterraban a sus muertos. Por tal motivo,esta costumbre ha aportado la mayoría de los fósiles hallados hasta el día de hoy. Sabemos que dominaban el fuego y elaboraban herramientas con la tecnología conocida como Musteriense. En el aspecto del arte, aunque los neandertales han sido tratados históricamente como toscos y rudos e incapaces de alcanzar ciertas capacidades. Las últimas dataciones realizadas en junio de 2012 por Alister Pike  del Departamento de Antropología y Arqueología de Bristol, fechando las pinturas de algunas cuevas españolas en 40.800 años,comienzan a poner en duda si algunas manifestaciones pictóricas de las que conocemos adjudicadas a los Homo sapiens, fueron realizadas por los "hombres del Neandertal".

Durante 200.000 años fueron los únicos habitantes de Europa.La llegada del Homo sapiens desde África (40.000 años) colonizó en poco tiempo (10.000 años) todo el continente,donde la industria Auriñaciense aparece en todos los yacimientos. Por estas fechas, esta especie humana había dejado de existir.
Los neandertales, desaparecieron por diversos motivos que, en muchos casos, aún desconocemos.Quizás uno de los más importantes fue la influencia de grupos humanos modernos,mejor preparados,mejor organizados y mucho más efectivos.Fueron desplazados de sus lugares de caza, teniendo que competir por los recursos contra una nueva versión humana que, quizás, estuviera dotada de otras ventajas.
El sur de la península ibérica fue el último reducto que vio con vida a los" hombres del Neandertal" hace alrededor de 30.000 años; los yacimientos de Zafarraya (Málaga), La Carihuela (Granada) , Cova Negra (Valencia) y Lugar Velho (Portugal), dan testimonio de ello. Fue, en definitiva, el fin de otra Humanidad a la que debemos de empezar a mirar y colocar en el lugar que le corresponde.







Extraído  de: http://www.historiayarqueologia.com 

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