Irma
Verolín: “A la clásica disyuntiva que enfrenta la
vida y el arte, creo haberle encontrado una respuesta”
Rolando Revagliatti
desde Buenos Aires, especial
para HUM BRAL
Irma
Verolín nació
el 8 de diciembre de 1953 en Buenos Aires, ciudad en la que reside,
la Argentina. Estudió Letras en la Facultad de Filosofía y Letras
de la Universidad de Buenos Aires y en grupos de estudio
particulares. Entre otros, obtuvo el Primer Premio Municipal “Eduardo
Mallea” (por su novela inédita “La
mujer invisible”),
el Primer Premio Internacional “Horacio Silvestre Quiroga”, el
Primer Premio Internacional de Puerto Rico Fundación Luis Palés
Matos. Ha sido traducida al inglés y al alemán. Es autora de
ensayos literarios y de artículos concernientes a su condición de
Maestra de Magnified Healing y de Reiki. Ha publicado los libros de
cuentos “Hay
una nena que gira” (Premio
Fondo Nacional de las Artes 1987), “La
escalera en el patio gris” (Primer
Premio de Encuentro de Escritores Patagónicos), “Una
luz que encandila”
(Premio Ciudad de El Colorado, provincia de Formosa, 2010) y “Una
foto de Einstein tocando el violín” (Primer
Premio IX Concurso Nacional “Macedonio Fernández”); las novelas
“El
puño del tiempo” (Premio
Emecé 1993-1994) y “El
camino de los viajeros” (Primer
Premio Internacional de Novela Mercosur, Ediciones UNL, 2012); el
poemario “De
madrugada”
(Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2014). Es también autora de
literatura infanto-juvenil: “La
gata sobre el teclado”,
“La
lluvia sobre el mundo”,
“La
fantástica familia Fursatti”,
“El
misterio del loro”,
“El
ferretero del tornillo perdido”,
etc. Por su libro
“Los
días” (inédito
en proceso de edición )
obtuvo
el
Primer
Premio de Poesía de la Fundación Victoria Ocampo “Horacio
Armani”
2014). Su quehacer ha sido incluido en antologías nacionales
(citamos “Mi
madre sobre todo”,
compilada por Marta Ortiz y Gloria Lenardón, Editorial Fundación
Ross, 2010) y extranjeras. Administra
http://www.suryalotoreiki.blogspot.com/
y http://espiraldesaraswati.blogspot.com/
1
- ¿Marcamos un perfil?
IV
- Con respecto a mi vida yo diría que está
caracterizada por cambios abruptos. Y en esos cambios están
los viajes, los traslados. Apenas nazco mi padre me lleva a Rosario
donde reside la familia paterna con la
excusa de bautizarme. A partir de entonces volveré muchas veces a
Rosario. Cuando se produce la epidemia
de poliomielitis mi madre me deja con mi abuela y ahí aprendo a
caminar. Luego mi padre, que era militar, es castigado por Perón.
Cosa curiosa, mi padre no era para nada antiperonista, ni siquiera
quería ser militar, pero siguió el mandato de mi abuelo y creo que
eso lo mató a los 38 años, el sometimiento. Él decía que un
militar no tenía que estar al servicio de la política y los
políticos, se declaraba en contra de
los golpes de estado; lo que ocurrió
durante el peronismo fue que se opuso a que los
soldados cantaran la marcha
peronista en vez del himno nacional. El castigo fue lo mejor que le
sucedió, porque en
su exilio interno en
Tartagal, provincia de Salta, trabajó con los indios
chiriguanos, pudo aplicar su sentido del servicio. Mi padre no tenía
una visión muy vanguardista de la
política, simplemente pertenecía a la
vieja escuela sanmartiniana, privilegiaba la
decencia, y veía que los oficiales hacían negociados, que vivían
por encima de su sueldo y eso no lo podía admitir. De entre los
chicos, éramos los más sencillamente vestidos. Tampoco él provenía
de una familia patricia; pudo estudiar en el Colegio Militar porque
fue becado, mi abuelo no podía costear todos los gastos. Era
ridículo que pensara que los militares no hicieran golpes de estado
porque en realidad siempre estuvieron al servicio de la clase
dominante. Eso mi padre no lo veía, pero sí la corrupción, por lo
que decidió irse del ejército. Y se compró una camioneta para
traer mercadería desde la provincia de Mendoza. Pero se enfermó y
murió. Recuerdo que nos llevaba a mi hermano
menor y a mí a las villas a jugar con los chicos los
domingos, creo que esto le quedó de su
trabajo con los indios. Algo había en él porque quería que
tuviéramos una conciencia distinta a la del medio que nos rodeaba.
Se opuso a que asistiéramos a una
escuela religiosa, no era creyente, así que mi hermano y yo fuimos a
la escuela pública. Siendo muy niña estuve en Tartagal con los
indios. Lo sé porque hay fotos. Mi padre no tenía conciencia
política pero sí sensibilidad social, no podía durar en el
ejército y, de haber vivido, hubiera formado parte del grupo
opositor al llamado Proceso de Reorganización Nacional. Murió
cuando yo tenía ocho años, en 1962. Tres años
antes había muerto mi madre. Me crié con tres hermanos más,
dos de ellos adolescentes, hijos del primer matrimonio de mi madre
viuda. Cuando mi madre enferma de cáncer, nos reparten a todos los
hermanos. Yo voy con mis abuelos paternos y con mi tío, hermano de
mi padre, entonces soltero, que luego fue actor [Leopoldo Verona,
1931-1914], un actor conocido del elenco estable del Teatro Municipal
General San Martín, y que durante el Proceso fue
secretario en la Asociación Argentina de Actores, estuvo en
la lista negra, sufrió persecuciones, militó
de joven en el partido comunista
y después adhirió a la propuesta de Raúl Alfonsín. Allí
con mis abuelos empiezo el preescolar y vivo de espaldas a lo que
sucede. Cuando vuelvo a la casa, mi
madre ya no está, mis hermanos mayores tampoco. Se recompone la
familia con mi padre, mi hermanito menor, y vienen mis abuelos y mi
tío a vivir en la casa. No vuelvo a
tener verdadero contacto con mis hermanos mayores hasta pasados mis
veinte años. Nos habían informado que estaban muertos. A escondidas
vi a mi hermana a los trece años. Y a los quince. Lo que marcó un
hecho importante es el contacto con mi tío actor, quien se pone de
novio con la actriz Dora Prince [1930-2015] y ellos me llevan al
teatro, son amigos de
María Elena Walsh, la tana Rinaldi, Alfredo
Alcón, y entonces en ese barrio, que no era un barrio elegante sino
un barrio de tango, yo descubro la literatura pero a través de sus
voces. Vienen a ensayar algunos actores
que luego conformarían el grupo Stivel, entre
ellos recuerdo a Alicia Berdaxagar con el negro Carlos Carela.
Un mundo se abre para mí, mi tía me pide que le tome la letra que
está estudiando para una obra que va a estrenar. Así, sin querer,
comienzo a leer a los ocho años a Ibsen, Chejov, García Lorca. Vivo
en un barrio modesto con sentido de pertenencia, con vecinos que son
como parientes, pero viajo al centro de la mano de mis tíos al
teatro San Martín, al Cervantes, a los más importantes teatros
donde ellos trabajaban. Fallecieron hace muy poco: fue muy duro para
mí.
Lo
otro que marca mi vida es salir del colegio de monjas donde
hice el secundario por iniciativa de mi abuela para ir a Filosofía
y Letras a principios de los setenta, ese viaje como en la
película argentina “Mirta, de Liniers a Estambul” [dirigida por
Jorge Coscia y Guillermo Saura], en el colectivo 109. Transité los
setenta a pleno, política y culturalmente. Después, ya sabemos.
Vivo sola y ya me perfilo como una mujer sola, pero a los 29 años
conozco en Jujuy, durante unas vacaciones, a un “médico de
frontera” que vive en la provincia de Misiones, en el límite con
el Brasil y me voy con él. Ése ha sido para mí el gran viaje.
Escribí después en los noventa la novela “El camino de los
viajeros”, que relata una parte
de esa experiencia y que me hizo ganar quince mil dólares con un
premio que me ayudó a mudarme de casa. Ahí me conecto con los
indios guaraníes. No me voy a olvidar
nunca lo que sentí la primera vez que fuimos desde el pueblito
perdido en el que vivíamos a la aldea guaraní (un proyecto
subvencionado por los alemanes). Oscar, mi pareja, era el médico que
debió aprender a hacer medicina alopática escuchando su tradición
en sanación. Podía prescribir un
antibiótico según el caso pero respetaba su
práctica de medicina ancestral.
Ahora debo decir que
en secreto le daba las pastillas anticonceptivas a la esposa
del Paí. Participé a la mañana y al atardecer en el saludo al sol.
Pocas veces la energía fue tan intensa en su manera de transmutarse.
Bueno, lo fue con Sai Baba y en ciertas ceremonias en las que
participé. Pero aquí se le sumaba la energía medioambiental de la
naturaleza en aquel espacio no
contaminado por la civilización. Como se dieron cuenta de que yo los
quería mucho me bautizaron con un nombre en su
lengua: Pará Reté Mirí. Oscar obtiene una beca para estudiar
sanitarismo y viajamos a la ciudad de Córdoba. Allí residimos un
año. Ese año fue decisivo, dejé la poesía y me convertí en
narradora, participé en el grupo Homero Manzi, que intentaba
entroncar la llamada alta cultura con la cultura popular. Hice un
taller de narrativa todo el año en la Sociedad Argentina de
Escritores. Me separo de Oscar y vuelvo a Buenos Aires. Mi contacto
con Misiones continúa. Viajo también a Corrientes y a Santa Fe,
provincias que me mantuvieron ligada con el litoral. Cuando publico
mi primer libro viajo a presentarlo a Santa Fe. Como en Buenos Aires,
es Libertad Demitrópulos la que se ocupa de eso, así que viajamos
ella, Joaquín Giannuzzi y yo. Atesoro ese recuerdo. Después viene
mi quiebre a los treinta y cinco años, debo recuperarme y así llega
casi milagrosamente el viaje a la India. Me hice vegetariana primero
y fue tan natural, desde chica había rechazado comer carne. Desde
1990 que no como carne y eso ayuda mucho en la meditación. Todo es
antes y después de ese viaje a la India.
2
– Otro mundo.
IV
- Y sí, yo tengo otro mundo que he ido enlazando con lo
literario hasta cierto punto, pero que de algún modo
siguió un camino paralelo sin ensartarse completamente.
Debido a que desarrollo una práctica
privada, personal, fuera de mis artículos sobre calidad de vida, no
hay material visible. Justamente hace un momento, hablando con el
poeta Luis Bacigalupo, decíamos de lo intransferible de estas
experiencias interiores. Qué otra cosa más que fotos, mis diplomas
de maestra en Reiki o Magnified Healing o de todos los otros cursos
que hice puedo dar como testimonio palpable.
Trasmitirlo, ahora, me sirve como espejo a mí, escribir
siempre crea espejos que nos resultan útiles.
Me
acuerdo que en un reportaje que me hizo la poeta Susana Villalba para
el diario “La Prensa”, yo le hablé de esta búsqueda y ella me
dijo: “En tu literatura no se ve lo espiritual.” Y es
cierto, en la narrativa yo no lo expreso ni siquiera como un ángulo
de mirada. Sospecho que debe estar
subyacente. En los años que escribí para chicos y publiqué
bastante y en editoriales importantes e incluso gané dinero, pensé
que la literatura infantil me iba a permitir transmitir el sistema de
valores humanos del hinduismo. Algo hice, en la
actualidad publico poco y nada para chicos. Gané un concurso
de ensayo en ALIJA (Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de
la Argentina) sobre literatura infantil, basado en este esquema. No
sé si ahora con la poesía lograré que estos mundos se enlacen más.
En realidad, estos dos mundos son por un lado
la literatura, la palabra escrita en sus distintas variantes, por
supuesto, y por otro la búsqueda de comprensión sobre la vida que
se podría llamar “espiritual”, pero ese es ya un término
antiguo, mejor es llamarlo “autoconocimiento”, incluye los
últimos hallazgos científicos, roza la filosofía pero abarca
otras zonas, como las de la autosanación. Y esto de situarlo
en la frontera de lo espiritual, o sea arrinconarlo fuera del espacio
del mundo, es también una antigüedad,
porque los avances en física nos demuestran que aquello que las
religiones tradicionales codificaron con el objeto de darle
elementos a la gente para vivir más allá de lo rudimentario, tiene
hoy su explicación en la ciencia, por
lo que la humanidad va hacia la
unificación de las religiones, en tanto sistemas operativos
de las distintas culturas, para comprender eso no tan visible pero
existente. Ahora, que ciertas religiones hayan utilizado
su saber para dominar a la gente y obtener poder mundano es otra
cuestión que no invalida la verdad de lo que sostenían. Este camino
que yo emprendí no es precisamente un camino religioso,
aunque “religión” significa “religar”, unir lo que está
separado. En Occidente, la manera de
entender el mundo siempre se ha basado en la división, la
separación, la lucha. Yo encontré una mirada nueva desde la visión
hinduista que no es una religión sino una cosmovisión, de allí que
Gandhi pudiera aplicar todo ese conocimiento para vencer al imperio
más grande de su tiempo: el inglés;
por eso asocio a Gandhi con el Che Guevara, la fuerza de la propia
convicción por encima del poder económico demuestra que hay algo
más fuerte
que lo material. Estando en La Habana, en el Museo de la
Revolución, en el año 2000, me sorprendí escuchando un discurso
que en primera instancia me pareció que lo estaba dando Gandhi;
pensé: “Tradujeron a Gandhi”. Luego
miré: salía de un televisor. Era el Che. Su concepto del hombre
nuevo no está nada distante del pensamiento de Gandhi.
Fui hilando y trabajando este pensamiento integrador entre
Oriente y Occidente y aplicándolo a mi necesidad de comprender lo
que me ocurría como persona. El siglo XXI, como ya lo estamos
percibiendo, es el de integración de lo diverso, de lo diferente,
las nuevas leyes en nuestro país dan cuenta de eso. Ya no se trata
de escoger esto en vez de aquello, sino de combinar cosas que
parecían insolubles, ¿no? Cuando en los ochenta Nacha Guevara
regresó del exilio planteando algo parecido, fui una de las primeras
que equivocadamente
la acusó de burguesa.
Como
ya dije, esta búsqueda mía comenzó cuando yo tenía treinta
y cinco años, tuve un quiebre muy profundo a nivel de salud y debí
encarar un nuevo programa de vida. Lo que más
me costaba era la idea de Dios. Pero claro, no era el Dios patriarcal
y represor sino un poder superior; convivir con esa idea del
poder superior fue un trabajo arduo, un poder superior, por ejemplo,
es la climatología, la influencia de los astros o el tránsito de la
ciudad. Es curioso, porque mi madre murió cuando tenía treinta y
cinco años, y desde una visión freudiana se puede opinar mucho al
respecto. Siempre estamos haciendo espejo con las figuras
paterna y materna. De algún modo yo morí —o una parte mía— y
cambié, como se dice comúnmente ahora, el paradigma o sistema de
valores. Pero esto no implica dejar de pensar políticamente el
mundo, se puede ser antimperialista y hacer
prácticas de meditación u otras de armonización interna. Esa
división entre lo espiritual y lo material ya es arcaica, porque lo
cuántico nos demuestra que la onda (sonido, por ejemplo) se
convierte en partícula (materia) y viceversa, de manera que lo menos
tangible o espiritual es una continuidad de este mundo cotidiano.
Para la visión hindú, Dios es materia y energía a la vez. La idea
de la divinidad no está separada de la creación, en este sentido la
naturaleza es divina, y
en eso tiene puntos en común con la visión
de los pueblos originarios de América. El escritor Adolfo Colombres
antes de que yo comenzara esta búsqueda solía bromear con que yo
era medio guaranítica. Y con respecto a este “antes”, podría
decir que desde chica había vivido experiencias que no tenían
explicación y que fueron sepultadas por la visión de la ideología.
Lo cierto es que luego de una serie de sueños anticipatorios voy a
la India y allí estoy tres meses en un ashram. La experiencia fue
absolutamente transformadora. Dejé el psicoanálisis y comencé a
ahondar en esta línea a través de lecturas y prácticas. En
el ashram en el que estuve se abordan los
procesos interiores tomando al mundo circundante como una expresión
de la propia conciencia, como una materialización o plasmación de
nuestro mundo. En realidad los humanos seguimos la ley de los
planetas y estrellas del cosmos, tenemos nuestra propia fuerza de
gravedad y atraemos o repelemos según nuestro estado vibracional. La
vibración afecta a los átomos y altera la forma en que los
electrones giran alrededor del núcleo. Todo está hecho de átomos y
cambia constantemente. Es el estado de nuestra mente la que modifica
la amplitud de onda de las vibraciones. Así que trabajar la mente es
decisivo. Volviendo al ashram de la India, se puede
afirmar que el trabajo en el ashram no era muy diferente a una sesión
con el psicólogo. Se comprende que es así su forma de
funcionamiento. En vez de la palabra del psicólogo como
interpretación que permite contrastar, se toma la respuesta del
afuera a modo de interpretación. Lo sorprendente era ver lo que le
ocurría a los otros también.
Cuando
volví de la India viajé con asiduidad a San Marcos Sierra, en
nuestra provincia de Córdoba, donde hay un centro energético de la
tierra muy importante. Y en cada viaje advertí
transformaciones interiores. Luego comienzo a practicar Reiki,
que es una técnica de armonización energética de origen japonés.
Fui haciendo los distintos niveles; lo significativo es que entre
nivel y nivel estuve siete años trabajando. Actualmente soy maestra
de Reiki y he iniciado a varias personas. Pero no me dedico a eso.
Mediante esta técnica de sanación, que parte de una visión
chamánica en Japón que también se
entronca con la cosmovisión de nuestros pueblos originarios, es
posible desatar nudos, abrir caminos, dispersar sombras.
Durante veinte años hice sanaciones a través del Reiki que me
modificaron muchísimo. Pero ahora suspendí, tengo la sensación de
que esa etapa se ha cumplido. Trabajando
con la energía de otras personas, incluidos mis abuelos que murieron
tan ancianos, se aprende a comprender al otro sin palabras, se siente
lo que la otra persona es; esta experiencia es, por supuesto,
intransferible. Sucede muy
frecuentemente que luego de una
sesión de Reiki se descubra que tanto el receptor de Reiki como el
canal, en este caso yo, tengan
las mismas imágenes. Así se puede
experimentar que no
existe separación entre una persona y
otra, como no hay separación entre nosotros y la naturaleza. En las
sesiones de Reiki se siente profundamente la compasión que es una
clave para cambiar el mundo.
A
lo largo de estos años, desde 1989, fui pasando por distintas
etapas. Lo último que comencé a practicar fue el canto védico en
idioma sánscrito. Se entonan grupalmente plegarias que tienen
miles de años de ser transmitidas oralmente, la vibración del
sonido, como ya dije, modifica la onda
vibratoria que describen los electrones que giran dentro de cada
átomo y que componen las células. Es impresionante lo que
puede aprenderse trabajando con el sonido. También está el
conocimiento teórico. En realidad este camino se divide en cinco
partes o cinco opciones posibles, es el llamado Sanatana
Dharma: una es el Hatha Yoga, que es la más conocida en Occidente,
el Karma Yoga,
el Raja Yoga y Jñana
Yoga, además del Bhakti Yoga. El más difundido en Occidente
es el Hatha Yoga, que emplea el cuerpo como vehículo para el
conocimiento. El Karma Yoga es el de la
Madre Teresa, una militancia, una acción concreta en el mundo para
transformar el mundo transformándose
internamente como procesos simultáneos, y tampoco es inocuo aunque
lo haya practicado una monja flaquita que apenas podía
sostener una vela. El Jñana Yoga
es un camino a través de lectura de los textos sagrados, el
Raja Yoga está ligado a la meditación y el Bhakti a la adoración
de esa perspectiva superior y trabaja con imágenes representativas y
con sonidos. Es sencillo corroborar la
correspondencia entre el hinduismo y los pueblos originarios de
América en la manera en que utilizan las imágenes de animales como
representaciones de fuerzas o energías. Sería largo y complicado
explicar de qué forma las palabras son puertas de conexión con
otros planos, con otras dimensiones según esta cosmovisión.
El
Reiki ha sido un servicio porque nunca cobré un peso en veinte años.
Ni siquiera cuando iniciaba, que se cobra mucho, y
no lo hice por una cuestión personal.
Una sesión de Reiki me lleva dos horas como mínimo, incluyo piedras
o gemas, se transmuta mucho la energía. Hay que hacer una limpieza
energética de la habitación también. Esto sólo se puede
comprender a través de la vivencia. Esa es la cuestión de este
camino de aprendizaje, que racionalizarlo no sirve de nada.
Actualmente estoy trabajando con una línea terapéutica creada por
Bert Hellinger llamado “Constelaciones Familiares”, que se
vincula por un lado con la memoria celular y por otro con los aportes
del biólogo Rupert Sheldrake. Para continuar hablando de estos temas
reconozco que hay tantas aristas y ramificaciones en esto que no sé
qué escoger. Quizá habría que hablar del ego y de los valores
humanos. Los valores humanos se apoyan en cinco elementos, del cual
derivan un montón de valores subsidiarios de estos. Son Verdad.
Rectitud. Paz, Amor y No Violencia. En sánscrito, Sathya,
Dharma, Shanti, Prema y Ahimsa. Este último fue de lo que partió
Gandhi para crear el sistema que le permitió alcanzar la
independencia de la India: el Sathyagraja. Parece anecdótico, pero
cuando se profundiza es tan clarificador. De la verdad se desprende
el valor de la coherencia y de ahí lo fundamental: no mentir, no
transgredir la ley social, tener unidad como persona. El tema del ego
es muy vasto. En realidad en Occidente
se asocia la persona con la personalidad y se ha hecho un culto de
eso desde el Renacimiento. Para mí cambió el concepto de persona,
la persona importa por sus valores, por su capacidad de
autosuperación y de ayudar al otro a mejorar el mundo. La
conciencia del mundo resulta de la suma de conciencias individuales.
La idea es trabajar desde adentro hacia fuera. Reconocerse como
persona para reconocer al otro. Y el servicio es fundamental.
Actualmente prevalece la identificación
de la persona con su rol social, con aquello que hace para ganarse el
sustento, pero eso no es la persona, en la era
moderna la estirpe o prosapia fue reemplazada por el dinero, ahora
existen también formas equivalentes a la prosapia y el dinero
como el prestigio, pero también es una falsa identidad.
Competir es una tontería; Gandhi decía: “Competencia
es violencia”, y todo el sistema gandhiano se basaba en
la no violencia, que ha sido mal traducido en Occidente como
“resistencia pasiva”. No hay nada pasivo en este modo de operar,
lo que pasa es que para Occidente la acción
está asociada con el cuerpo. Cuando volví de la India dije
que tuve que irme a la India porque en América masacraron a los
pueblos originarios, este saber estaba aquí cuando
llegaron los españoles. Y todavía sigue estando. Afortunadamente en
Latinoamérica estamos siendo testigos de una revalorización de los
chamanes que se integran a esta búsqueda. Cuando algo tiene
verdad se expresa en otro paradigma o en otra cultura de la misma
forma.
3
- ¿Así que solés “hacer apuntes cuando leo un libro de
ficción, generalmente con lápiz en la primera página en blanco”?,
descubro recorriendo tu blog literario. ¿Solés hacer apuntes cuando
leés libros de otros géneros? ¿Qué te llevó a elegir “Espiral
de Saraswati” para nombrar ese blog?
IV
– Tengo algo parecido a la fiebre de grabar, dejar testimonio,
en realidad lo escribo todo, me escribo constantemente. La falta de
memoria o mi natural dispersión me inducen también a eso. Pero
fundamentalmente busco darle forma a lo que se me escapa. Antes
llenaba fichas, de esas de cartón con letra manuscrita (tengo una
sobre el “Curso General de Lingüística” de Ferdinand de
Saussure guardada) y todavía lo hago, aunque prefiero abrir words en
la PC. Para preparar una reseña o
ensayo, esas anotaciones en lápiz realizadas con apuro en las
páginas de los libros que leo, cercanas a la experiencia de lectura,
son la base de lo que resultará después. Leo siempre desde el lugar
del escritor, del creador, traduciendo el impacto primario de la
lectura en mí, a partir de esa impronta surge la mirada y de la
mirada la reflexión. El camino es siempre desde lo sensitivo. En
cuanto al nombre de mi blog debo decir que necesitaba algo que me
representara en lo profundo. Saraswati es la consorte del Dios
Brahma, el creador en la trilogía hindú y
simboliza la fuerza, el empuje de lo que comienza, Vishnú es
el conservador y Shiva el destructor, sus respectivas consortes
expresan energías equivalentes (para marcar una coincidencia en la
trilogía maya aparecen representaciones que indican inicio, punto
medio de mantenimiento y desenlace para todos los procesos vitales).
Ninguna cosa que hacemos o hace la naturaleza escapa al movimiento de
estas energías representadas, según las culturas, por imágenes
diferentes. Saraswati es la protectora de las artes. Es posible que
mucha gente crea que esta denominación responda a la línea
propia de la postmodernidad que escoge nombres que parecen no
significar, como esos graffiti sin sentido en las paredes de la
ciudad, que intentan ocupar el lugar de las consignas políticas.
Puede ser considerado de las dos maneras, pero para mí Saraswati
tiene un profundo significado, como se puede inferir de todo
lo que dije antes. Tuve que agregarle “espiral” porque ya existía
el nombre, y elegí la palabra “espiral” porque es la
tendencia del movimiento propio de la energía, desde un cuerpo vivo
hasta las galaxias, el movimiento es siempre espiralado.
4
– Impulsada y coordinada por Mabel Pagano y con prólogo de María
Rosa Lojo, integrás con otras veinticinco autoras argentinas, la
antología de cuentos “Mujeres con pelotas”
(Ediciones del Dragón, 2010). ¿Cómo ha sido y es tu vínculo con
el fútbol (y por extensión, con otros deportes)? ¿Cuáles has
practicado?
IV
– Has hecho una pregunta que me da vergüenza responder. No soy
buena haciendo deportes ni tampoco bailando. Salvo la chacarera, nada
me sale bien. Durante algunos años me esforcé con el Hatha Yoga,
pero no fue el camino que elegí. Ando en bicicleta y camino mucho,
pero los deportes no son mi fuerte y me aburre soberanamente verlos
por televisión. Mi pobre abuelo insistió en
que me hiciera socia de un club en mi adolescencia. Y al final lo
único que hice en el dichoso club fue un curso de danzas folklóricas
argentinas. El fútbol para mí es un lenguaje extranjero. No me
gusta nada que se vincule a él, no es algo que pueda comprender,
salvo la necesidad humana de agruparse para compartir una pasión, el
encauzamiento de la energía grupal sí lo entiendo. Por ese motivo,
cuando Mabel Pagano me convocó para participar en la antología,
recurrí como los actores a la memoria emotiva. Mi abuelo paterno,
que fue mi papá por adopción, jugó al fútbol
en los años veinte, en Rosario; nos contaba anécdotas muy
divertidas y me basé en el discurso de mi abuela para construir el
cuento, que terminó siendo un relato bastante jocoso.
5
– Concurriste al menos a cuatro talleres de poesía bastante antes
de volcarte a la narrativa. ¿Cómo y con quiénes fue ese
transcurrir?
IV
– Sí, tuve la fortuna de conocer a Marcos Silber a fines de
los setenta a través de un grupo de teatro. Me acuerdo muy bien la
noche en que fuimos a una cena en la
casa de una señora que era amiga de su mujer, la mamá de Ramiro
Silber, psicóloga. En esa cena estaban también el pintor Michi
Aparicio y su mujer, Irene Saderman, la hija del famoso fotógrafo
Anatole Saderman, quienes además eran
amigos de mis tíos, pero yo no los había conocido personalmente
hasta aquel día. Más tarde trabé amistad con ellos y participé de
su escuela en San Isidro: “El Taller de la Ribera”, coordinando
talleres literarios. En ese grupo estaba también el cineasta Gerardo
Vallejo —vecino de Irene y Michi—: su esposa coordinaba el taller
de teatro. Le di mis poemas a Marcos y él fue muy generoso. Luego
participé en su taller en “La Casona”. Poco después integré
los grupos coordinados por Daniel Calmels y Héctor Freire. Fue una
experiencia valiosísima porque estábamos en el momento más duro de
la dictadura, y poder reunirnos y trabajar significó un refugio muy
importante. Luego continué en el Teatro IFT: allí estaban también
Marcelo Di Marco, con quien hice un curso, y Gustavo Geirola, que dio
dos años taller. Por aquella época hice muchos cursos: con Santiago
Kovadloff, Nicolás Rosa, Jorge Panesi, por
citar algunos. Antes y después de irme a vivir a Misiones,
fui tallerista de los grupos de Liliana
Lukin, a quien considero mi maestra referencial
por varias razones, entre ellas porque trabajé con ella muchos años;
si bien yo me definí por la narrativa, en su taller,
donde el concepto amplio
de escritura lograba que se abordaran
varios géneros sin entrar en conflicto,
pude trabajar la poesía paralelamente. Recuerdo que desde
Misiones Lukin y yo nos carteábamos y ella solía decirme: “Ahí
tenés una novela.” Y luego aquellas cartas se convirtieron en
novela, como ella propuso.
6
– Durante 2014 coordinaste con Inés Legarreta un Ciclo de
Encuentros de Narrativa en una institución: APA Artistas Premiados
Argentinos “Alfonsina Storni”. ¿Cómo se generó la propuesta?
¿Qué autores participaron?
IV
– Con Inés veníamos diciendo que íbamos a hacer algo juntas.
La idea era reunir textos nuestros y leerlos en público. Pero
terminamos concretando los encuentros de narrativa. El ciclo no
concluyó en realidad. Este año retomamos, pero a partir de la
segunda parte del año, porque quedamos un tanto extenuadas las dos.
Nos exigimos demasiado. Debido a la falta de experiencia realizamos a
principios de año un cronograma y comprometimos a los autores.
Claro, somos serias, entonces nos leíamos durante ese mes la obra
completa de los dos invitados. Cuando nos dimos cuenta, la situación
nos superó y, como no queríamos hacer diferencias, seguimos con el
mismo nivel de exigencia y el mismo
rigor para que los próximos escritores
y escritoras no se sintieran menos considerados que los otros. El
material está grabado y tenemos la intención de hacer un libro con
él. Comenzamos con María Granata, un verdadero lujo. Luego
continuamos con Liliana Díaz Mindurry y Carlos Antognazzi, Jorge
Paolantonio y Luisa Peluffo. Invitamos a Hernán Ronsino junto
con Esther Cross, pero ese mes Esther no pudo venir por
razones de fuerza mayor (vamos a entrevistarla
en el futuro). El mes siguiente les
correspondió la entrevista a Marta Ortiz y Beatriz Isoldi.
Intentamos que no todos los convocados residieran en Buenos Aires,
así es que en varias ocasiones los escritores se costearon el viaje
desde sus provincias, no todas cercanas, por cierto. El último fue
Ricardo Mariño, que debía hacer dupla con Germán Cáceres, que
lamentablemente no pudo venir, por eso Mariño fue entrevistado solo.
Y cerramos con una lectura muy jugosa en la que estuvieron Enrique
Solinas, Laura Nicastro, Marily Canoso, Dolly Basch, Silvia Miguens,
Liliana Allami, Susana Aguad y Ana María Torres. Lo que motivó la
creación de este ciclo fue aportar nuestro servicio a Artistas
Premiados Argentinos, que es una institución estupenda que nuclea a
escritores, pintores, músicos y actores que han obtenido el Primer
Premio Municipal y que defiende nuestros derechos, en especial lucha
para que estos premios continúen convocándose y de esta forma haya
más beneficiados. La Comisión Directiva es sumamente transparente y
merece todo nuestro apoyo. Ahora que Inés Legarreta y yo estamos
escribiendo poesía, creo que vamos a rebautizar al ciclo “Literatura
en APA”, para incluir la poesía.
7
– Tenés abierto un canal en YouTube. ¿Cuál es, cuál seguirá
siendo la orientación del canal, “la programación”?
IV
– El canal surgió simplemente por agrupación de material. No
existe planificación desde mí, van surgiendo eventos a los que voy,
en parte, por solidaridad, otro poco por interés
en difundir, subo algo. También he subido poemas míos o
entrevistas que me han hecho. Supongo que seguiré sumando más
material siguiendo el mismo carácter aleatorio. Eso sí, me he
comprado una nueva máquina y espero filmar, mi idea es registrar en
video los encuentros de APA. Veremos cómo resulta. Esto es nuevo
para mí, soy un poco atrevida, no tengo demasiados conocimientos,
voy avanzando a medida que voy aprendiendo.
8
– Complementando un reportaje que te hicieran para el diario “El
Litoral”, quedó allí esta reflexión tuya: “¿Qué
narrador hay en mis relatos?: Una mirada infantil con cierta agudeza
adulta.” ¿A toda tu narrativa? ¿Qué, de tu obra,
quedaría excluida de esa aseveración?
IV
– Es muy interesante tu pregunta. Yo separaría mis cuentos de
las novelas que escribí. ¿Por qué? Pues porque yo, al ir
escribiendo las novelas, he tenido una actitud deliberada, quise
desarrollar distintas líneas desde la perspectiva del narrador
específicamente, hubo un planteo y una intención previos. En los
cuentos fue surgiendo de otra manera el texto, tal vez en función no
digo de la historia o el asunto sino de la atmósfera o las distintas
maneras de abordar el género que me plantea un desafío en tanto
debe responder a ciertos requerimientos pero necesita que se los
transgreda. Si bien no podemos eludir a Poe, tampoco es legítimo hoy
por hoy seguir un esquema tan rígido. Para mí esa búsqueda típica
de transformación estética que buscamos los escritores de libro en
libro no se vincula con ir cambiando el tema, yo diría todo lo
contrario, no es la temática lo que marca una evolución sino el
empleo de los procedimientos, en este caso narrativos. Implícitamente
la ley del mercado editorial parece decirnos que repitamos el esquema
narrativo que es el de la novela decimonónica o
realista y que en esa misma caja cambiemos los temas. Yo he
hecho exactamente lo contrario: profundicé en ciertos temas
recurrentes e intenté cambiar la manera de abordarlos.
En
la novela primera que se publicó bajo el título “El puño del
tiempo”, yo me propuse trabajar un narrador que combinaba lo
grotesco, lo absurdo con el lirismo. Fue como un gran contrapunto y
no sé si fue comprendida por mucha gente esa propuesta. En esta
novela el discurso es metonímico, hay detallismo y mucho humor,
humor negro, ácido, como quiera llamárselo, pero humor al fin. En
la segunda novela, que se publicó con el título de “El camino
de los viajeros”, escogí un narrador
que ya se hacía cargo de la historia, que no buceada, que no
merodeaba, es un narrador abarcador, la novela tiene algo de
operístico y el humor está prácticamente ausente. Tiene el sello
de la tragedia griega. Y el discurso es metafórico. Se nota en la
voz de ese narrador el intento por sintetizar, en “El puño del
tiempo” el narrador desgrana de principio a fin. Mi tercera
novela, que ganó el Primer Premio Municipal “Eduardo Mallea”,
“La mujer invisible”, surgió en realidad de un
requerimiento: me dieron la beca del Fondo Nacional de las Artes a la
producción artística y la tuve que escribir dentro de un plazo. En
esa novela busqué vincularme más a la tradición y, si bien me
interesé en la construcción de una atmósfera, lo que me importó
más fue elaborar la trama, la intriga, el ritmo de la historia. Es
más bien convencional. Ha salido finalista ya en dos concursos:
“Honorarte”, que nunca se expidió y “Clarín”, el año
pasado. Pero aún espera un editor. La novela siguiente que escribí
es muy rara aún para mí, primero porque el personaje central, el
que cuenta la historia es un hombre y mayor que yo; intenté
desarrollar una historia en más de doscientas páginas,
reduciendo el concepto de lenguaje, simplificándolo, lo que para mí
es arduo porque soy más bien frondosa a la hora de narrar, tiendo a
expandir. Ahora me doy cuenta de que esa novela me expulsó de la
narrativa, que un germen de huida de la narración ya estaba en mí
porque escogí lo extenso pero introduje una limitación muy grande.
Y en ese tironeo me moví. El eje de tensión en este caso está dado
entre esos dos polos: lenguaje acotado en una
prolongada extensión. No sé si la novela es eficaz, sigo en la
nebulosa. No por nada después de esa novela comencé a
escribir poesía. Lo que sí creo que hay en todos mis relatos, e
incluso en ciertos giros del sujeto de la enunciación de mis poemas,
es una voz empapada de dosis de jocosidad, que juega con una relativa
mirada irónica que se combina con lo trágico del sentido de la
vida. Para mí esa tensión entre lo dual del
enfoque está presente de manera
constante. Y también descubro que hay un rasgo infantil en la manera
de mirar, quizá de asombro. Ricardo Piglia me dijo que mi primer
libro está caracterizado por la perplejidad del narrador. Álvaro
Abós, después de leer “El puño del tiempo” me habló
del estupor del narrador, el rasgo infantil está allí, creo
suponer. Y ahora me viene a la memoria que Marta Braier me comentó
que en mis textos encontraba la ingenuidad patética de Felisberto
Hernández. Siento que mi poesía arrastra esa mirada, el mismo
doblez entre lo ingenuo y lo agudo o ingenioso.
9
– Por el diario “El Territorio” de la provincia de Misiones, me
entero que alguna vez se produjo un Encuentro de Escultores y
Escritores, y que vos participaste. ¿Cómo se desarrolló y qué
produjo ese encuentro?
IV
– Fue un encuentro muy divertido. Se realizó en una localidad
cercana a Iguazú y participaron escritores de Paraguay, Brasil y
Argentina. Escribí un conjunto de cuentos que compone un libro
inédito, que terminé hace poco, donde incluyo
un relato que a mí me parece bastante desopilante basado en
esa experiencia. Me encantó volver a Misiones. Fui en avión pero
volví en micro, lo que constituyó una ventaja: ese viaje de regreso
me permitió escribir las primeras páginas de mi segunda novela, al
conectarme nuevamente con el paisaje misionero encontré la forma de
plantear esa novela que venía rondándome sin
que hubiese podido expresarla. El paisaje fue el disparador
primordial. Yo sabía que para contar la historia era preciso
resolver primero el punto de vista del narrador
con respecto al paisaje del monte, que es tan particular y que no
podía ser tratado de un modo convencional.
Puedo
decir que ese encuentro de escultores y escritores fue enriquecedor.
Suele suceder que cuando dos artes se cruzan como en este caso la
escultura y la literatura, la estimulación se torna poderosa. Lo
que más tengo presente es lo divertido que resultó todo
aquello. Me reencontré con escritoras y escritores conocidos, como
Olga Zamboni, que no dejó de contar chistes sobre polacos que nos
hicieron reír muchísimo. Por otra parte, la propuesta oficial
surgida desde el sector cultural de la provincia pretendía ser
protocolar, de hecho lo fue; sin embargo nos devoraban los mosquitos
porque escribíamos “in situ”, los escultores hacían mucho ruido
y eso no nos ayudaba a concentrarnos, vinieron los alumnos de la
escuela y hasta el intendente, fue muy alocado. El encuentro terminó
con un acto fervoroso donde se plantaron árboles con el fin de
sustituir los que fueron hachados para convertirse en esculturas.
Creo que mezclar tan íntimamente naturaleza y cultura fue un gran
desafío. No había hotel en esa zona, parábamos en la casa de gente
del lugar. Fue intenso e inusual.
10
– Alicia Genovese concluye su comentario crítico a “El
puño del tiempo” (Cultura y Nación, “Clarín”,
17.1.94) con estas dos frases: “El de Verolín es un
humor filoso, cruel incluso, pero que no llega al cinismo, como si no
necesitase demoler la realidad sino simplemente entrar en ella, en
todo caso descalabrándola desde un costado ridículo. Una forma de
usar el humor que recuerda a otras narradoras argentinas, como
Angélica Gorodischer, Hebe Uhart o Alicia Steimberg.”
Y en el reportaje que te hiciera Susana Villalba para el diario “La
Prensa”, en 1994, declaraste que solías releer a Libertad
Demitropoulos, Marguerite Yourcenar, Clarice Lispector. ¿Qué otras
narradoras (y narradores) te atraen?
IV
– Me gusta la prosa de escritores más
jóvenes, como Patricia Suárez y Hernán Ronzino. Leo frecuentemente
a escritoras con las que comparto momentos de vida; no puedo dejar de
citar a Liliana Allami, que es una excelente cuentista, y a Inés
Legarreta, que viene escribiendo una prosa muy cercana a la lírica;
las nada convencionales novelas de María Teresa Andruetto también
son insoslayables, o los relatos de la rosarina Marta Ortiz. Hay
escritores, como las dos últimas escritoras nombradas, que tampoco
residen en Buenos Aires y son estupendos: el correntino José Gabriel
Ceballos, que ha ganado varios premios en España, finalista del
premio Herralde, o el santafesino Carlos Antognazzi. Entre mis
últimos descubrimientos se encuentran Claire Keegan, Alice Munro y
Lorrie Moore, y ya tengo preparados unos cuantos volúmenes de Irène
Nemirovsky para comenzar a leer. En estos años descubrí a Jean
Rhys, la autora de “El
ancho mar de los sargazos”, me leí todos los libros que
conseguí de ella. Incluso me interesa la prosa más llana de una
escritora italiana como Susana Tamaro, valoro
su sencillez. Ahora debo confesar que en los años en que me
retiré de la literatura no leí absolutamente nada de ficción
literaria: leí textos de Stephen Hawking, de Fritjof Capra, sobre
hinduismo, Reiki, física cuántica y temas aledaños. Al regresar
procuré ponerme al día con muchos autores y autoras y aún lo sigo
intentando. En este momento estoy abocada a la lectura de poesía.
11
– Si es que sólo consta en la edición del 21.8.1994 del diario
“La Nación” y no en la Red, ¿nos brindarías un relevamiento de
las variantes de título que fue teniendo tu novela “El
puño del tiempo” y por qué no lograbas que cabalmente
los que fueron surgiendo abarcaran el núcleo, la esencia de la
historia? (Transcribo de un reciente mail privado: “Tardo
tanto en publicar que los libros van cambiando de títulos.”)
IV
– Esa novela no encontraba título, yo le pedía a la gente que
me sugiriera, estaba trabada. La presenté en Emecé bajo el título
de “Celeste gris” una primera vez que no ganó; aludía al color
de la bandera nacional envejecida. Salió finalista de Planeta un año
más tarde con un título horrendo: “La casa del patio con baldosas
grises”.
Cuando
pensaba en el título, daba vueltas alrededor de la idea de casa, ya
que en mis relatos el espacio es fundamental, sea la casa, el barrio,
el monte, tengo la impresión de que el espacio no sólo ordena el
mundo de los personajes sino que decide el punto de vista del relato.
Me acuerdo que se la mandé por encomienda a Patricia Severín a
Reconquista, en la provincia de Santa Fe, donde ella vivía entonces
(un borrador de la novela cuando ésta estaba en proceso de edición,
con el título de “La casa grande”). Patricia me dijo que ese
título no encajaba. Fue la gente de la editorial Emecé la que le
puso el título final con la que llegó al público. Por lo general
los títulos o me surgen de entrada o me dan un trabajo inmenso, como
en este caso. Es algo misterioso, se trata de bautizar a la criatura,
nada menos, de darle una identidad. El nombre en esencial para la
persona y para el libro. En una experiencia de interiorización y
autoconocimiento que hice hace unos cuantos años llamada Rebirthing,
me conecté, a través de una técnica en respiración, con el
momento de mi nacimiento, y cuando deciden qué nombre ponerme sentí
una alegría difícil de explicar, más que alegría fue felicidad.
Sospecho que el título de un libro surge de la relación emocional
que entablamos con el texto. Por ejemplo, en poesía no se me está
planteando ninguna dificultad, no tengo dudas; aunque me lo
cuestionen al título, yo siento que es el apropiado. Casi todos mis
títulos en poesía —porque hay editado un libro pero otro viene
en camino, y tengo nuevos proyectos e incluso otro poemario más ya
terminado— están asociados a la noción de tiempo: “De
madrugada”, “Los días”, “Invierno”.
12
- ¿Hay algo que te haya costado muchísimo
“quitarte de la cabeza”? ¿Se podría contar…?
IV
– Yo diría que no es exactamente la experiencia de la muerte
que viví en mi infancia sino la disolución de una familia de seis
miembros que, en un abrir y cerrar de ojos, quedó reducida a dos
personas, mi hermano menor y yo. Eso produjo un quiebre interno en mí
que ha afectado mi manera de sentir la vida y de darle contornos
definidos a mi presente.
13
- ¿Cuál era el ambiente literario en
Misiones en el momento en que te radicaste en esa provincia?
IV
–Esta pregunta me causa gracia porque
yo no me relacioné con nadie del ambiente cultural en Misiones, ya
que vivía aislada en una casita rodeada de otras pocas casitas de
madera, prácticamente en el borde del monte misionero. Lo único que
veía eran hacheros, camiones con madera, araucarias, coatíes,
tierra colorada, hombres con los dedos cortados que trabajaban en el
aserradero y gente muy, muy pobre. Mis grandes aventuras se reducían
a ir en la camioneta destartalada de
Salud Rural a los puestos sanitarios
en lo más profundo de la selva subtropical. En aquel momento, en esa
zona, según un estudio que había hecho mi pareja, era de un sesenta
por ciento de desnutrición infantil. Fue al instalarnos en Córdoba
cuando establecí un verdadero intercambio intelectual.
Posteriormente, con mi primer libro publicado, aproximadamente cinco
años después de haber abandonado la provincia, a instancias de un
movimiento de mujeres escritoras presidido por Libertad Demitrópulos,
inicié una relación literaria con los escritores y escritoras
misioneros, entre ellos con Olga Zamboni, profesora universitaria,
poeta, traductora y narradora. Lo enriquecedor de la experiencia de
haber vivido en el monte misionero fue principalmente para mi vida
personal. Me parece que el primer gran impacto en mi conciencia fue
conocer a aquella gente e involucrarme con ellos. Durante las siestas
misioneras, que eran largas, agobiantes y pesadas, se escuchaban las
palmadas en la puerta de la casa, y no siempre eran enfermos que
venían a buscar al doctor, eran por lo general los chicos de la zona
que venían a pedir salame y pan. Y hielo, también querían hielo.
Me llamaban “patroncita”, lo que, por supuesto, me producía una
gran incomodidad.
14
- ¿Qué leés con aprensión? ¿Qué leés entre líneas? ¿Qué
leés infructuosamente o sin convicción?
IV
– Maravillosa tu pregunta. Yo leo
mucho la vida, no sólo los libros. Siendo una niña me interesaban
los tonos de las conversaciones además de las palabras, la forma en
la que la gente contaba sus anécdotas. Tuve la dicha de que mi
abuela fuera dueña de una peluquería en el barrio de Caballito
cuando yo tenía cinco, seis, siete años. Ese fue el lugar de las
grandes historias; las mujeres iban allí a confesarse, no sólo a
cortarse y teñirse el pelo. Estoy casi segura de que escuchando
aprendí a leer entre líneas y claro está, en mi barrio, Floresta,
se contaban historias sabrosas sobre la gente que vivía allí o
sobre los que se habían ido del barrio como si el barrio fuera una
patria o un reino. Irse del barrio era poco menos que una traición a
la propia identidad o un abandono de la familia. Y por supuesto, las
voces teatrales de mis tíos recitando a los autores
clásicos. Así que a leer entre líneas lo aprendí de la vida,
porque se leían también los
rostros, no sólo la voz desnuda. Volviendo a lo literario, he leído
con aprensión literatura, libros muchas veces escritos por hombres
que quieren seguir la moda, las últimas tendencias del mercado
editorial, las exigencias que surgen desde las universidades como
canon, textos en los que, a pesar de lo cultivado, se nota el
esfuerzo por agradar y posicionarse. Lo que leo sin convicción es la
narrativa excesivamente llana que está sólo en función de la
historia; por más bien articulada que esté me aburre y en esta
imposición con respecto al género contribuyó considerablemente el
menemismo y la llegada al país de las megaeditoriales que se
devoraron a las más pequeñas o medianas que, desde que tengo uso de
razón, con la publicación de autores genuinos, han propiciado el
sostenimiento de la tradición literaria
nacional. Como consecuencia de esto fuimos testigos de la
entronización de la novela del siglo XIX
como modelo universalizado. El realismo finisecular expresaba una
visión del mundo, sabemos que las formas artísticas encuentran
correspondencias con los procesos históricos en algún sentido,
aunque más no sea tangencialmente, pero hoy vivimos y sentimos
diferente. Es posible que esa cuestión de escribir “para que la
megaeditorial me publique” haya causado impacto entre nosotros, los
escritores. Hoy por hoy buscar una manera de expresar, “de decir”
el mundo, impone también una manera de relacionarse con los grandes
poderes. La narrativa ha sido muy cascoteada. No sé si es por ese
motivo que me siento tan impulsada a seguir profundizando en la
poesía. Supongo que sí.
15
- Ezra Pound sentenció: “La
piedra de toque de un arte es su precisión. Y ‘escribir bien’ es
tener un control perfecto”.
Y así opinó: “En cuanto a
la poesía del siglo veinte, así la quiero: austera, directa, libre
de babosa emoción.” Te
invito, Irma, a derivar desde este Pound hacia donde te lleve.
IV
– Hay algo en esta cita que me
lleva a pensar en “dar en el blanco”, trabajar la palabra desde
el centro de una misma en tanto persona. Entiendo, desde ya, que esa
afirmación de Pound se refiere a su propuesta poética con respecto
a su propia tradición literaria y a la necesidad de crear postulados
a seguir; aquí se trata de que yo lo vincule a mi quehacer, lo voy a
intentar: La palabra escrita es una cosa seria, es un objeto denso
que no soporta fácilmente el intercambio, y yo me enfrento a él con
respeto y con absoluta reverencia. Pero a veces me distraigo y
entonces, como diría mi abuela, “piso el palito” y la palabra me
traiciona; por lo general pago muy caro el precio de mi distracción.
Para llegar a esa perfección de la que habla Pound es necesario un
compromiso muy grande con la labor de escribir textos que adquieran
la forma que sea, relatos o poemas, pero que fulguran en la dimensión
más lejana a lo pedestre. Mis años de trabajo en este oficio me
llevan a pensar que la relación que establecemos con las palabras,
como nuestro objeto primordial de trabajo, es la que determina el
resultado. Y el peculiar vínculo que establecemos con las palabras
tiene que ver con el que forjamos con respecto a la vida en general y
con una parte interna de nosotros mismos en tanto personas.
Reverenciar, tomar con respeto lo que está vivo, no manipularlo
desconsideradamente es la premisa y eso nace de una cosmovisión. A
la clásica disyuntiva que enfrenta la vida y el arte, creo haberle
encontrado una respuesta. Escribir y vivir son caminos paralelos.
Puliéndonos interiormente como personas vamos encontrando los
recursos para pulir nuestros textos. En caso de aprender a pulir los
textos solamente, se puede alcanzar una obra relativamente perfecta,
pero fría, alejada de la intensidad que, al menos, yo busco; aspiro
a acercarme lo más posible a que el texto sea una revelación de los
sentidos de la existencia. Obviamente se trata de ser fiel al trazado
de ese camino; yo lo hago y, como no podía ser de otra manera, de
tanto en tanto me equivoco, a veces me salgo de la línea, pero si se
tiene claro el itinerario, no hay error que sea demasiado
irreparable. En el arte lo mismo que en la vida la clave está en
encontrar la sintonización precisa, algo parecido a afinar una
guitarra, afinar las propias emociones, lograr que las palabras
encarnen esa misma resonancia.
*
Irma
Verolín selecciona seis poemas de su autoría para acompañar esta
entrevista:
DOMINGO
Estuve
toda la tarde del domingo
acompañada
por mi poeta suicida: un libro
de
tapas duras
con
una flor intensa en la portada.
Blancos
tramos de luz se habían filtrado
por
las hendijas estrechas
de
las cortinas de madera que
fracturaron
los versos
renglón
a renglón.
Toda
la tarde respiré sus palabras
embriagantes
sus
voces que traspasaron como luces
un
puñado de décadas. La veo
escribiendo,
su espalda encorvada
frente
a la máquina portátil.
Las
letras suenan como disparos
en
un juego de niños,
las
letras hacen repercutir su voracidad
sobre
la mesa y llegan
hasta
mí, hoy
domingo,
día
caliente de sol
propicio
para cruzar más límites, idiomas
otras
franjas
más
hondas e invisibles.
La
muerte jugó la última carta en este asunto,
un
movimiento de naipes
como
letras clavadas en la tabla de madera,
otro
rango en el parafraseo de los golpeteos:
invariablemente
se trata de cruzar
alguna
clase de espacio.
Y
aquí estamos las dos,
a
pesar del calor y de sus fluctuaciones, la luz
en
esta parte del mundo
se
comporta de un modo esperable,
fluye
se
enlaza en su vaivén
arquea
las palabras
las
corta en más pedazos
las
multiplica
aún
en este verano de piernas abiertas
y
toldos desteñidos en despavoridas azoteas.
La
sigo viendo a mi poeta
con
su espalda encorvada,
ella
que
convirtió a su máquina de escribir
en
un diapasón
me
mira sin asombro
desde
otro domingo
lejos
enclaustrada
con
sus inabarcables ojos.
(de “Los días”,
en proceso de edición)
*
Un
atlas de descomunal tamaño con la cubierta de cuero
y
pomposas letras doradas en filoso altorrelieve
contorneando
el planeta,
dentro
del círculo del mundo
debajo
del título puede leerse:
1950
- año del Libertador General San Martín.
Papá
abre el atlas:
sonidos
de manoplas avanzando por una playa mojada
en
el ir y venir de las hojas
zarandeados
perfiles de mares y territorios,
el
dedo de papá
decidido
robusto
indica
un derrotero que se burla de las dimensiones del mundo
y
avanza.
Mi
hermanito rubio y mi hermano mayor
se
acercan
miran
se
están asomando a un pozo ciego
y
lo que hay para ver los cautiva
irremediablemente.
Los
tres contemplan la mentira de las proporciones
el
mundo entero al alcance de la mano,
a
papá sólo le interesa mostrarles la cordillera de los Andes
su
dedo
es
el general San Martín atravesándola.
Los
héroes hacen esa clase de cosas, explica papá
los
ojos de mis hermanos se deslumbran
un
héroe desplegado sobre la mesa del comedor
en
nuestra propia casa
a
media mañana
así
como así
y
nosotros en camiseta y sin escarapela.
(De “De
madrugada”)
*
Un
despliegue de cartas españolas
sobre
la superficie tambaleante de la colcha
que
cubre el cuerpo de mi madre
movedizo
increíblemente
movedizo dentro de su enfermedad,
ese
vasto sitio donde todo confluye: nuestras conversaciones
el
miedo
las
manos de los médicos
las
de mi madre que dicen ay.
Montones
de cartas resguardan ese cuerpo
ahora
y
quieren abrigarlo
mamá
las ha echado alzando su brazo con brusquedad
—revoltijo
en el aire cara y ceca sin pronunciación—
para
dar un salto hacia el futuro,
ese
otro lugar que no existirá para ella
aunque
las cartas vaticinen fabulados prodigios
lunas
fosforescentes en la ventana quieta
luces
para repartir como caramelitos en un cumpleaños.
Todos
aquí
nos
asomamos al futuro de mamá
estirando
el cuello hacia la colcha
que
ya no soporta el colorido de las barajas
ni
el temblor rudimentario de su cuerpo.
Está
hecho de nácar su cuerpo
deshecho
su cuerpo
lábil
entre las sábanas
que
apenas recuerdan sus perfiles
las
líneas
las
rugosidades,
ese
cuerpo que se adelgaza en una precipitación
que
no conoce límites.
Grande
es el sitio que la espera apenas su cuerpo logre olvidar
cada
una de las cosas que hoy la alimentan y cobijan,
nácar
como piedra o interior de caracola
nácar
los diminutos botones de su camisón.
(De
“De madrugada”)
*
SUS
OJOS
No
había nada detrás de sus ojos
sólo
un mar sin movimiento,
un
mar
de
aguas oscuras
con
peces nadando en cámara lenta
y
sirenas desmenuzadas
en
un fondo sin fondo
entre
montañas hundidas
que
alguna vez fueron
remotamente
animales
que el tiempo extinguió.
Sus
ojos
a
pesar de todo
buscan
en
mí
otro
mar
parecido
y distante
para
acariciarlo con su mirada.
(de
“Los días”- en proceso de edición)
*
DESPEDIDA
pusiste
mi mano sobre tu pecho
y
cerraste los ojos:
mi
mano quedó dentro de tu pecho.
Del
otro lado de tus ojos
mi
mano acarició tu memoria
parsimoniosamente,
mi
mano se ahogó en tu lisa memoria, después
alguien
silbó en el pasillo.
La
tarde pulió sus aristas,
despedirse
es fácil
cuando
el silencio envuelve a la vida
sin
límites,
el
silencio es un pequeño dios
que
convierte nuestra despedida en sitio de llegada.
Puedo
mirar ahora
mi
propia muerte en tus ojos,
la
veo trepándose sobre el borde de mi nombre
y
nos cobija a los dos
(de
“Invierno”, inédito)
*
POLLERAS
Con
sus polleras largas iba mi bisabuela a través
del
campo,
un
campo muy grande
tan
grande como este país
que
una mañana la atrajo igual que un imán
desde
el otro lado del océano
hasta
estos espacios fronterizos,
un
campo que se mira
y
se huele
y
se transita arrastrando esas polleras
que
terminan con el ruedo embarrado.
Anchas
las polleras,
inmenso
el país
hecho
y deshecho entre un rumor de ranitas y bicheríos
escoltando
esa caminata
que
dura toda la vida
y
que roza la mía hoy
a
estas alturas de las penurias
del
nuevo milenio,
un
siglo después casi exactamente.
Veo
el cielo abierto dado vuelta y al campo
por
el que mi bisabuela va
como
una taza que cayó de boca
y
perdió el contenido,
el
cielo de pronto
le
robó el campo al país
sus
moneditas tristes
sus
pálidas pertenencias y ella,
mi
bisabuela
lo
camina sin escuchar
sin
ver
sin
que exista sobre esta tierra para nadie
otro
lugar, el cielo
se
cayó de bruces
ya
no acompaña al paisaje
ni
a los pasos de mi bisabuela
que
ha perdido su voz
su
propia voz muy ajena
en
ese trajinar de lavar ropa y pisos y fregar
lo
ensuciado por la vida una y otra vez
una
y otra vez
y
otra vez ella piensa en el ruedo embarrado de su pollera
en
las cacerolas sucias
en
el fuentón donde se cansarán sus brazos
mientras
pasan las horas
de
refilón
y
rasguñan las paredes de una casa que se viene abajo.
Mi
bisabuela camina sobre mis propias huellas
en
este terraplén
rústico
desiluminado
en
este escenario de mampostería, cielo revuelto
donde
se resbalan las pisadas
una
mujer camina
y
el campo
sin
un cielo que lo cobije
lo
desconoce todo:
el
nombre de mi bisabuela
sus
polleras con el ruedo embarrado
y
nuestra interminable caminata.
(Inédito de un
libro en preparación titulado “Árbol de mis ancestros”)
*
Entrevista
realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires, la Argentina, Irma Verolín y Rolando Revagliatti,
26 de mayo 2015.
*
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